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20 de Junio - Palabras de Prof. Elisa Graziosetti

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A lo largo de la Historia, desde que los romanos crearan sus águilas, antepasadas de nuestras Banderas, los estandartes han inflamado los corazones de quienes los contemplan.

Porque la Bandera es el símbolo por excelencia de la PATRIA, la “Tierra de nuestros padres”, síntesis de todo lo que amamos y por lo cual vivimos.

Porque la Bandera es un manifiesto a pura tela, la más fulgurante proclama en vivos colores del sentimiento de los pueblos.

Porque, la Bandera, encierra en sus pliegues el recuerdo de todos aquellos que vivieron, lucharon y murieron para dejarnos como herencia el derecho de pensar como pensamos, de sentir como sentimos, de vivir como vivimos, de ser como somos.

Todas las mañanas nosotros, juntos, unidos, vemos alzar el vuelo a un ave como aquellas. También un águila. Nuestra águila, que sintetiza esta inmensa PATRIA, esta ARGENTINA, nuestra ARGENTINA, a la que tanto amamos, por la que tanto sentimos, en la que tanto pensamos.

Sus colores son los de nuestros sueños. No el rojo de la sangre y de la guerra. No el amarillo del odio y los rencores. No el negro de la desesperanza. No el verde de la envidia. El CELESTE y el BLANCO.

El celeste del cielo, de la niñez, de la aurora, de todos los comienzos felices. El blanco de la pureza, de los vestiditos de comunión, de los trajes de novia, de lo que a simple vista se sabe inmaculado.

Pero a esos dos colores que lo dicen todo, nuestra Bandera los ilumina con el símbolo por excelencia de la LUZ, el sol. Ese sol cuya ausencia siempre se siente como una pérdida, cuyo calor nos es imprescindible para vivir, cuyos rayos benéficos desalojan al frío y a las tinieblas hasta de los rincones más recónditos.

Ese sol que desde el centro mismo de nuestra Bandera, siguiendo al astro que se encarama sobre la bóveda del firmamento, escala lo alto de los mástiles de nuestra Patria. Para dar luz y calor al corazón de los millones de argentinos que alzan su vista a diario hacia el firmamento, para mirar su Bandera, para recrearse en ella, para cobrar las fuerzas espirituales, la argentinidad que tan valiosa nos es para vivir cada día.

¡Flamea nuestra Bandera! De sur a norte, de este a oeste, mientras millones de jóvenes argentinos, estudiantes como ustedes, acompañan su ascenso cotidiano cantando esa verdadera plegaria cívica que nos recuerda que, sobre todo y sobre todos, ella ha nacido del sol y es  a Dios a quien le debemos ésta, nuestra Patria.

Y a esa PATRIA grande, a esa gran BANDERA, nosotros, aquí, en Corrientes, porque la vida es un milagro diario, cotidiano, le sumamos la Cruz del Milagro que ningún fuego logra destruir, y las siete puntas, que alguna vez recordaron las uñas de anclas de nuestros puertos, porque los correntinos somos hijos de los cursos de agua, y en especial del gran río Paraná.

Pero si las Banderas encarnan aspiraciones y sueños colectivos Si son la síntesis en paño de cómo una gran Nación se exalta a sí misma, allá en lo más alto, en nuestro caso particular, el de esta ARGENTINA, celeste y blanca, todas y cada una de ellas, de nuestras Banderas, son memoria flameante de nuestro máximo soñador.

Son el recuerdo en seda, en satén, en un paño o una cinta cualquiera, de aquel grande que lo tuvo todo, y todo lo perdió para que tuviéramos Patria.

Él, que fue abogado, funcionario, revolucionario, patriota, soldado, que desempeñó con grandiosa humildad todas las profesiones, y en todas lo hizo bien.

El gran economista formado en Salamanca. El juntista valeroso a la hora de discutir de poder a poder con la monarquía. El guerrero autodidacta que sabe ganar, despreciando su propia vida, Las batallas más asombrosas, las únicas y las últimas, porque sin Salta y Tucumán no hubiera habido Patria.

El estratega al que ni las más grandes derrotas pueden abatir. Que revierte en triunfo político el fracaso de su empresa militar en el Paraguay. Que soporta con humildad el vergonzoso juicio al que se lo somete luego de su fallida campaña al Alto Perú. Tan modesto, que no duda en ponerse como el último, bajo las órdenes de José de San Martín. El otro grande entre los grandes, que lo admira sin tasa y no duda en decirlo.

El hombre que habiendo sido rico, muere en la mayor pobreza material, olvidado por sus compatriotas, que ya entonces se enfrentan en aquellas absurdas luchas intestinas que constituyen nuestra herencia más penosa.

En fin, el prócer al que no alcanzan a rendir el debido homenaje, todo el mármol y el bronce que tengamos disponibles, y menos palabras tan pero tan simples como las mías.

Que su nombre sin embargo, sólo su nombre, sea hoy, aquí y ahora, síntesis absoluta de quienes fuimos, quiénes somos, quiénes queremos ser. Nación y Estado. Patria y Territorio, Pueblo y Gobierno. Espíritu y Bandera, sobre todo ¡BANDERA!

MANUEL BELGRANO

Prof. Elisa Graziosetti

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