17 de Agosto de 1850 – Paso a la Inmortalidad del General San Martín
Hay símbolos que son sagrados y deben respetarse en su integridad, ya que pertenecen en común a todos los argentinos y pueden ser el vínculo de una Nación en los instantes supremos. Para nosotros, el gran libertador es el general don José de San Martín. Con ese concepto adherimos, con auténtica emoción, al homenaje propuesto al gran libertador de América.
Desde el Yapeyú mesopotámico de las misiones hasta el exilio voluntario, pobre y ciego, fue siempre héroe de armonía suprema el Padre de la Patria. Con voluntad de acero y genio visionario, trabajó por la independencia y felicidad de los pueblos que él había liberado.
Místico del pensamiento y de la acción, maestro inigualado de conducta moral, amó la libertad y la justicia, y eran para él sagrados los pueblos y los hombres. Por eso, al desembarcar en el Perú, repetía el mensaje primigenio dirigido a los ejércitos y pueblos de América, mensaje que fue de ayer y que ya no morirá jamás: “El tiempo de la opresión y de la fuerza ha pasado. Yo vengo a poner término a esta época de dolor y de humillación. Yo soy un instrumento de la justicia, y la causa que defiendo es la causa del género humano.”
Idealista militante con sentido de trascendencia, tuvo toda la fuerza del poder en su mano y renunció al poder. Aseguró la libertad de los pueblos sin oprimir a los hombres.
A tono con los tiempos, se ha intentado en la actualidad bajar del bronce a este hombre singular, en películas, libros y ensayos que pretendieron enrostrarle su condición de masón, su carácter mestizo o su supuesto papel de agente inglés. La empresa no es fácil, y menos con banalidades sacadas de su contexto histórico y que muchas veces se expresan más para llamar la atención que para revelar nuevas verdades.
Quizá sería más útil y nos ayudaría a ser más comprensivos, detenernos en el aspecto más profundo y humano que tiñeron los últimos años del héroe: la injusticia del exilio, de no poder retornar a su patria, a la que había contribuido a poner de pie y a incorporarla al mundo como una nueva y gloriosa Nación.
Y con palabra precisa, de significado también preciso, enseñaba en Cuyo que “la libertad, ídolo de los pueblos libres, es aún despreciada por los siervos, porque no la conocen”. Y agregaba: “Para defender la libertad y sus derechos se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y, por consiguiente, capaces de sentir el intrínseco y no arbitrario valor de los bienes que proporciona un gobierno representativo”.
Abnegado y modesto, renunció de verdad a los premios, a los honores y a los ascensos: sólo chambergo y poncho en San Lorenzo, apero criollo en Chacabuco y Maipú. Creía en la cultura; y con los diez mil pesos que le donara el Cabildo después de la batalla de Chacabuco fundó la biblioteca de Santiago de Chile, diciendo a los cabildantes que el conocimiento “es la llave maestra que abre las puertas de la independencia y hace felices a los pueblos”.
Estimados alumnos, volvamos nuestras miradas al General San Martín para nutrirnos de sus convicciones y de su conducta, y recordar que con coraje, honradez e inteligencia, se puede servir a la patria dignamente.
El Libertador nos enseñó que es posible encarar un proyecto común de país a partir de la unidad de los argentinos, condición necesaria para superar cualquier desafío. Es por ello que los invito a un verdadero compromiso para continuar con la gran empresa iniciada por el general don José de San Martín, que más allá de homenajes en actos y monumentos, debe traducirse en el aprendizaje permanente y en la formación como personas de bien, para no transformarnos en siervos y gozar de la auténtica libertad en nuestra querida Argentina.
Cr. Hugo Aranda
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